Días que empiezas de
nuevo, días en los que vuelves a amar, días en los que las ganas de ser amada
aumentan, días de ti, contigo o sin ti. Mañanas tristes y frías, me faltas,
mañanas vacías, con tu huella en mi cama, y tu ausencia clavada. Tardas de
chocolate y llanto, de esas en las que los pañuelos hacen de fieles amigos,
tardes en las que brilla el sol por su ausencia, y las nubes se apoderan del
poco azul que quedaba, tardes grises. Segundos que queman el corazón como
alcohol en llamas, segundos que parecen eternos, segundos que no calman el
alma, ni apaciguan el infierno. Noches sin pegar ojo, noches susurrando tu
nombre, noches rojas, sueños negros, noches que hablan de fiesta y requieren
paciencia, noches descontroladas, noches para ti y para mí. Noches en las que
no sabes vivir.
Empezar de cero, colocar
un pie detrás de otro, el cerebro antes que el corazón, la mirada ante el
camino, la esperanza del futuro, el “que todo vaya bien”, arriesgarse a
conocer, y a ser conocido, porque las cosas sólo pasan una vez en la vida. Mi
vida, sólo fuiste una vez. Aprovecha y piérdete, olvida, sueña, y mantén los
pies bien enterrados, confía sólo en tu sombra, aunque se apague el sol, ella
estará, aunque no puedas verla, te sigue los talones, ella es fiel, no habla de
ti, no intenta ir por delante, pero a veces tiene que hacerte ver que tú no
eres la primera en todo.